I
Llegaron para detener al silencio.
Los pájaros congelaron sus alas.
Hubo ausencia de aire y
en mi vientre un tajo.
De la carne se desprendieron dos luces,
y un arroyo puro
que manchó los salitrales.
Eran dos las luces. Era la carne una.
Yo pensé en las aguas del Nilo teñidas
y en las siete profecías
también en cuál era el pecado
por el que un hijo puede hacerse río rojo.
II
Los días abandonaron la línea
y se volvieron círculos
los tres quedamos encerrados dentro
Quisimos hundirnos en la arena
igual que la espuma abandonada por la marea
Quisimos hundirnos juntos en los nombres
hasta que el abrazo de una luz mayor
nos devolvió el llanto.
III
Permanecimos formando una tríada
estrecha en el respiro,
ellos prendidos de mi pecho
alimentados con mi leche, un marfil de luna
sorprendidos al vernos
en el reflejo del otro.
Alrededor volaban toda clase de criaturas
unas danzas incomprensibles, de rituales.
Nos sosteníamos.
IV
Recuerdo cantar una canción
un amuleto para que la sal no nos tragara
La canción tenía una única palabra
que yo les susurraba en los oídos.
V
Me aferré a los vaticinios que cayeron
de los oros en la herencia. Los apreté fuerte
y me salvé los ojos.
Todo esto duró hasta que Dios
sentenció la ausencia de pecado
y nos devolvió a la vida.
Conocí a Marina y a este poema en el Festival que en el Círculo de Rosario organiza Héctor Berenguer. Trascribo este poema que narra en el dolor el vínculo madre hijo. Y a continuación pongo las palabras que escribí ese día para Marina, ya que me tocó presentarla.
Los poemas de Marina Kohon, marplatense de nacimiento, establecida en Bahía Blanca, enamorada de los poetas ingleses e irlandeses, conocen el truco de la alquimia de las palabras -una diosa capaz de arrebatar la llama- dice que esperan que sea, como Briguit la diosa celta de la triada, del todo. Pero sin embargo su poesía habla de incertezas, de salitrales, de herida ancestral, de un estuche, en la soledad de su cuarto, donde guardar los vestigios del derrumbe.
Lo único cierto, ella indica, es sobrevivir a las certezas/que carga una mujer, y su voz poética, una voz femenina hija de esta generación que nos espera supermujeres habla de esforzarse y duplica el término para mostrar que nos hemos esforzado tanto. La alquimia se rompe entonces para contar el revés de la trama y desnuda su cansancio delineándolo sutil en el poema.
El cansancio sin embargo no es el de quien deja de pelear sino el que pelea más allá de si mismo, pelea porque tiene el don de la palabra y de la vida y busca, hasta que lo encuentra el tono en que vivirlo. Entonces en los versos donde habla de sus hijos la fuerza reaparece. Contra la sal canta inventando conjuros, contra el pecado original de Dios los aprieta para salvarlos y, lejos del Yeats que invita al niño a irse de la mano de las hadas, ella es una madre diosa que los ampara, hasta que pase la ira divina.
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