jueves, 6 de enero de 2011

De diez y punto

VIII


Dormir contigo.
Dormir contigo era
la víspera de reyes.
Una ansiedad en la boca del estómago
y un gusto a barro por las uñas.
Un cumpleaños siempre, cada noche,
un par de zapatos puesto en la ventana

Dormir contigo.
Dormir contigo era
vigilar la oscuridad en las baldosas,
la mezquina sombra de los árboles,
el interminable amanecer que se estancaaba
y alejaba la noche y me alejaba.

No importaban las mesas,
en copas con que me bautizabas
en los estaños viejos de tu almagro,
no importaban los naipes
el tute burlón que desafiaba
la sorpresa caduca de unos ojos
entintandos en vino.
Íbamos enfermando el día,
murmurándole un réquiem a la tarde,
atravesados de dolor y espuma,
millonearios de amor, locos de versos,
drogados de gardel o de rivero,
viajeros de taxis desolados,
caminadores fuertes del tabaco,

Yo miraba en el fondo de tus ojos
la gran cama poblada como el mundo,
un incendio de clavos y de alambres,
un espacio de vidrio y lunas rojas,
un pedazo de estrella calcinada
la fractura con lágrimas de un árbol.

Muchas veces corró, mojada y turbia,
enemiga del agua, rencorosa
de los trenes que apenas se movían
de las altas escaleras frías
del antiguo ascensor que carraspeaba,
del minuto de fósforo en la esquina;
enemiga, enemiga de las horas,
de la piedra, del viento, del amigo,
del teléfono, el diarero, las noticias,
enemiga del tiempo sin tu boca.

Dormir contigo.
Dormir contigo era
depositar mi sangre de muchacha
junto a tu sangre simple de muchacho,
los besos que me dabas entre sueños
mirándome sin verme.

Entonces yo miraba la ventana,
la luz aue llegaría
y el sonido de la calle comenzaba a dolerme.

Luego había cosas que hacer como sonámbulos,
enlazar piedritas con relojes,
engañar la vida de algún modo,
volver a ser humano humanamente hablando.
Había que acechar los minuteros
y sonreir y pulirlos con ternura
y enfrentarse a paredes y agonías
y armar mecanos, piezas sueltas,
corazones en islas solitarias,
manteca sin papel,
papel sin letra,
despareja canción
cereza rota,
un otoño con plomo en las entrañas
o un verano de cal ue nos quemaba,
pero había después, dormir contigo,
caer en la tormenta de tu almohada,
hallar la paz, la lluvia, los naufragios
los barcos que anclaban y partían
y soplaban su olor de chimenea
y el sándalo, el cognac, las pasajeras
violetas y algún frasco con lilas.

Dormir contigo.
Dormir contigo erea
saber que nunca moriría.




Un poema impresionante. Describe la pasión como pocos. Gracias a Bruno Benedetti supe que su autora es Nira Etchenique. Y gracias a una antigua profesora lo escuché por primera vez. Me encanta como describe esa sensación de estar expectante...

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