el romántico amor de que me hablas;
ese amor que se nutre de suspiros,
que nunca cela y que jamás se exalta.
Yo quiero que quieras como quieren
las mujeres de carne; aquellas que aman
conh todos los sentidos de su cuerpo
y todas las potencias de su alma.
Cuando estrecho tu mano entre las mías,
quiero sentir que tu contacto abrasa,
y que agitan la sangre de tus venas
de los deseos las voraces ansias.
Cuando en mi seno de titán rendido
tu cabecita juvenil descansa,
quiero ver, en el fondo de tus labios
al beso abrir sus rumorosas alas.
Los amores azules me dan miedo;
he perdido la fuerza y la esperanza
persiguiendo a las vírgenes sin forma
que en las regiones del ensueño vagan.
Voy entrando en las sombras del crepúsculo,
y quiero descender de la montaña,
coronada de vides la cabeza
y de vides la lira coronada.
De aquella juventud que he malgastado
persiguiendo a la ronda de fantasmas,
brves horas me restan, y esas horas
deseo a la verdad sacrificarlas.
Si no puedes amarme de otro modo
que con tu fría estupidez de estatua,
no tomes mi cabeza entre tus manos,
poniéndola en el nido de tu falda.
¡Tú puedes esperar! ¡Tú todavía
tienes la placidez de la mañana
pero aquel sol que iluminó mi senda
ya los picachos últimos traspasa!
Cuando tenía 15 años leí por primera vez este poema. Ya en esa primera lectura se convirtió en uno de mis poemas preferidos. Porque a pesar de estar en esa edad de sueños, yo ya amaba la realidad. Difícil a veces, hermosa otras, maravillosa siempre. La idea de amar desde la realidad y no desde la ilusión me acompañó y me acompaña siempre.
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