jueves, 24 de marzo de 2011

Demanda contra el olvido/ Raúl González Tuñon

- Yo era Domingo Ortiz. 66, mis años.
En la agonía mi rostro era joven.
¿No dicen que el ocaso tiene algo de alba,
un especial fulgor, una línea de luz,
que en la feroz Comisaría 5°
ninguna de las bestias divisaba?

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- Yo era Enrique Blaistein, estudiante y estaba
en la edad del asombro; la calle lo sabía.
Me balearon de atrás, yo iba cantando
(así como a Sandino lo balearon de atrás).
¿Aún estará la silla esperando en mi casa,
mi cubierto en la mesa, la novia y el domingo?

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- Yo era Ramón Bravo, nombre no desmentido.
Fue en la plaza de Once, allí me acribillaron
a orilla de  los árboles lánguidos del otoño
y en el borde amarillo del crepúsculo,
antes de su desmayo de ventanas violetas.
La puerta de mi herida dejó pasar la muerte.
Sentí que las cenizas del padre Rivadavia
movíanse en la urna, de pena y de vergüenza.

En este día estos versos de González Tuñon. Me impresionaron desde que Miguel Angel Magieri y su boina azul los reeditara. Toma la voz de los muertos en primera persona y trae el instante del dolor a la vida. Fueron editados por primera vez en 1963 y no hablan de los desaparecidos sino de la matanza de los anarquistas.

Esta tarde vamos a la marcha. En casa todos vamos con grupos diferentes. Mi familia tiene el don de pensar distinto y respetarse. Deseo que en esta día de la memoria rescatemos del dolor eso: pensar distinto es válido, nos convierte en seres vivos en pleno uso de nuestra inteligencia. Que la memoria nos lleve del dolor al respeto.

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