domingo, 21 de agosto de 2011

La mantis religiosa/José Watanabe


Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de
          mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
         Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
          cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
             vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
            y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
                                               a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última
          palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
                                                         del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
           de agradecimiento.







Hermoso poema de José Watanabe, poeta que conocí gracias a Marina Kohon. Cualquier parecido con el amor, no es pura coincidencia.

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